julio 15, 2011

ERES IMPOSIBLE

Capítulo 13

El gran día había llegado. El sol naciente avisaba por mis cortinas traslúcidas que debía de dejar partir de una buena vez un amor imposible que jamás llegará a ser algo concreto. Más fantasía que realidad, eso es Lou. Pero una mancha de la tela de una, me hizo valorar, lo que realmente significaba Lou para mí.
Ese cráter en mi corazón, tanto fue lo que sufrí por su ausencia, pérdida de amistad, y ese agrado de solo verle la cara. Fue muy duro, esa época. De nostalgia y suspiros reiterados.
Mis amigos siempre me apoyaron y consolaron, pero casi siempre recordaban lo que provocó la ruptura, y en eso, no me animaban con sus recuerdos, más bien, me hacían llorar más. Y nunca estuvieron de acuerdo con lo que hice, siempre reprocharon y recalcaron que iba a terminar mal, fatal, terriblemente mal. Y así fue.
Terca fui, y por eso, por no escuchar las palabras sabias de mis amigos inmaduros en muchas cosas, pero no supe valorar sus esfuerzos por pensar, lo eché todo a perder.
Y después de todo esto, que logré reparar las heridas abiertas y arreglar cada punto sensible, y lo más importante, es que mis autoridades máximas, mis padres, también lo saben.
Me siento satisfecha por mis esfuerzos. Pero las cicatrices siempre quedarán, y lo sé muy bien.
Y ahora te irás, de nuevo.
Soy tan egoísta…te quiero solo para mí. Y sé que nunca serás mío. Me costará mucho decirte adiós.
¡Ah! ¡Basta! ¡Mi hermano! ¡¿Qué pasa con mi hermano?! ¡Maldición! ¿Cómo debe de sentirse él? ¿Cómo debió de sentirse en ese maldito día? Egocéntrica, egoísta, rata…
Amor…
No me gusta pensar melancólicamente, ¡Uf! Me estoy cansando ya.
Yoel, ahora me pesa tanto lo que te hice. Hermanos de sangre, que casi tuvimos otro, que se asomaba por la esquina, pero nunca salía de la sombra. Casi nace, pero no quiso.
Tú también te marcharás.
Llegó la hora de despedir a mi hermano. Nos juntamos toda la familia. Mis tíos, nuestros padres, yo. Lou también estaba.
Miraba los aviones despegar por ese gran vidrio de poco grosor. Tentándome por comprar una barra de chocolate amargo que divisaba en el mostrador de la dulcería del aeropuerto. Me decidía por ir cuando una mano me alzaba con esfuerzo unas monedas. Yoel vino a mirar los aviones conmigo y me dio dinero para ese chocolate. Me senté en una banca y saboreé lentamente esa barra. Hace mucho que no comía chocolate. Me revivió el alma y me devolvió la respiración.
Yoel se sentó a mi lado y comenzó a hablarme. Tanto placer me provocó la barra de chocolate que no entendía lo que me decía. Se me acabó y tragué lo último.
-          Disculpa hermano, ¿Qué me estabas diciendo?
-          ¿Estaba rico?
-          Mucho, lo necesitaba.
-          ¿Demasiado tiempo de abstinencia?
-          Sinceramente sí.
-          Te estaba diciendo que no tengo muchas ganas de subirme al avión.
-          No puedes retroceder, tienes que conseguir lo que quieres y concretar tus sueños.
-          No es eso, es que es un poco penca, el más barato.
-          Ah.
-          Amanda, te extrañaré mucho.
-          Yo igual Yoel.
-          ¿Qué pasa? Estás media ida, enojada. ¿Qué tienes?
-          No pasa nada, no es nada.
-          No te creo.
-          No me creas.
-          Es una de tus últimas oportunidades para hablar conmigo, porque tengo que abordar en treinta minutos.
No sabía que decirle. ¿Desearle suerte? ¿Es lo único que puedo desearle? No entiendo porqué estoy tan bloqueada. ¡Quiero irme! ¿Irme con ellos? Tal vez sea lo único que quiero.
Desde la lejanía podía sentir y escuchar al Coke y a la Nata gritándome y practicando tortura con un muñeco vudú de mi persona.
No pude soportar el tormento que tenía en mi mente. Lloré un par de lágrimas y las dejé correr por mis mejillas. Yoel me miraba con esperanzas de recibir palabras mías.
Lo miré y me lancé a su regazo.
-          Las agujas ya duelen mucho hermano.
-          ¿Qué?
-          Te quiero mucho, y significas tanto para mí que mi alma se partió en dos cuando te perdí.
-          Amy, tu sabes que soy un ogro cuando me enojo, y nunca me perdiste, fue un enojo largo.
-          Sí pero te lastimé.
-          Sí, y eso no se olvida, pero este capítulo ya se tiene que cerrar de una buena vez.
-          Me cuesta pensar que ya ninguno de los dos contiene un enorme rencor por mí.
-          ¿Rencor? Fuiste estúpida, eso no más.
-          Idiota, estúpida, todo.
-          No olvides que eres mi hermana, y uno al fin y al cabo siempre termina perdonando u olvidando cosas de los hermanos, es algo casi inevitable.
-          Yo no tengo nada que perdonarte, eres muy buen hermano.
-          Tú también lo eres, pero algo atolondrada y ansiosa.
-          Ya es hora Amy, tengo que ir al lado oscuro.
-          No te mueras.
-          Jajá, nada de eso, adiós.
Me reintegré al grupo familiar y despedí con una sonrisa a Yoel. Corrí antes de que pasara la línea roja.
-          Prometo escribirte todos los meses.
Escuché su atípica risa antes de que abordara. Adiós y nos veremos luego.
Me di cuenta cuando regresaba al departamento, que jamás le revelé a Yoel que estaba viviendo con Lou. ¿Otra mentira que agregar a la colección?
-          ¿Nunca le contaste?
-          No, ¿debía?
-          Claro que no, te dije que nadie podía saberlo.
-          A estas alturas del partido, ya nada importa querido. ¿Quieres a Yoel?
-          Más que nunca lo había amado.
-          Parece que las reconciliaciones siempre vienen con todo.
-          Cuando funcionan claro.
-          ¿Eres feliz?
-          Mucho, estoy cumpliendo un sueño.
-          ¿Tienes otros sueños?
-          Tener una hija.
Quedé perpleja.
-          Que profundo deseo.
-          Adoptaré una cuando sea treintón.
-          Me parece, mejor adoptar que crear un humano nuevo, ya hay muchos.
-          La quiero nombrar Amanda, como tú.
Ahí reventé.
-          Jajá, que lindo eres.
-          Lindo, es tu nombre.
-          ¿Por qué me estás cortejando ahora?
-          Siempre lo he hecho.
-          Jajá, es verdad.
-          Mañana en la mañana tengo que ir a la academia para arreglar todo con mis compañeros.
-          Pues anda.
-          Me refiero a que no volveré.
-          ¿Cómo?
-          Éste es mi último día contigo.
Ahí regresó una enorme pena.
-          ¿Amanda?
-          ¿Sí?....
-          Te borraste.
-          ¿Ah?
-          Reacciona Amy.
-          ¡Lou tienes que preparar tus maletas!
-          Ya las hice
-          Hazlas de nuevo.
Me fui a mi habitación, cerré la puerta y me eché en mi cama. Lou también se fue para la suya. Tal vez a rehacer las maletas.
Nuevamente me sentía perdida. A veces me daba tanta rabia por ser así. Tengo que aceptarme tal cual soy, pero podría cambiar cosas malas por buenas, y una de ellas es mi inseguridad. Tan indecisa que soy. ¿Lo mejor que podía hacer era tirarme y llorar sobre la cama? ¿Y dejar charcos de moco y lágrimas? No quería que sucediera eso. Veía pasar los minutos rápidamente y aún seguía como al principio. Entre tanto lamento, recordé a Ariel. Mi yo masculino, creado por Piero y yo. ¡Ah! Piero…lo llamé. Necesitaba algún consejo de alguien mayor, y hace tiempo no hablaba con él. Desde esa sesión de fotos que tuve con él. No paraba de hablarme de las fotos, que su página virtual era un éxito, que muchos preguntaban mi nombre, etc. “Sólo quiero un consejo, no saber de mi éxito”, le dije. Se rió, y me habló con su voz madura de macho recio. “No dudes”, eso me aconsejó. Y lo mismo pensaba yo. Le prometí ir a verlo en su taller la próxima semana.
Cuando le colgué, suspiré profundamente y me levanté de la cama. Me mareé un poco porque lo hice muy rápido. Un poco desesperada.
Abrí la puerta. Fui a ver a Lou, estaba durmiendo plácidamente. Tomé su celular para ver si tenía alarma puesta. Eran las siete y tenía el despertador para las ocho.
Me tincaba que pasaría la gran parte de la noche en la academia. Por lo que me contó días atrás, tenía que dejar la academia limpia, y sin ninguna mancha. Y no es pequeña.
Le preparé unos sándwiches con palta, tomate y queso. Sus favoritos. Escuché su alarma y unos pasos que se acercaban. Pasó al baño, yo estaba de espaldas, se lavó la cara para despertar y tener un rostro presentable y lleno de vida. Pensé en entregarle los emparedados en una bolsa, pero luego recordé unos recipientes perfectos que compré hace poco para sándwiches. Los metí en su bolso mientras seguía embelleciéndose, no sé para qué, si él es hermoso arreglado o no.
Antes de que saliera del baño, fui a buscar un regalo que le tenía guardado. Le compré un libro de recetas vegetarianas, especial para él. Le escribiré una dedicatoria corta antes de que me vea. Abrí mi bolso para sacar un lápiz. Alcancé a escribir sólo su nombre cuando una respiración fría rosó mi oreja. Mirando la página con una línea de tinta negra entrecortada estaba Lou.
Grité asustada e impresionada. No esperaba que me descubrieran una sorpresa. Me levanté de la cama por el susto y escondí el librito detrás de mí. Aparenté normalidad, pero mi corazón latía con una intensidad perturbadora, intranquila, algo que me hizo recordar lo mucho que desearía que Lou fuese heterosexual. Me quedó observando mis movimientos, y noté como sus ojos recorrían mis brazos de punta a cabo. Luego subía la mirada para quedar pegado a mis ojos. La gotita de sudor me corrió al momento de su profundo suspiro. Estuvimos así unos dos minutos sin parar. En silencio. Mi corazón ya se había tranquilizado y puesto en orden mis pensamientos nuevamente.
Me iba a sentar para reposar del momento en mi cama, Lou seguía de rodillas sobre el colchón, mirando el suelo con los ojos entre abiertos. Solté el libro de mi mano diestra. Lou se avivó y me lo arrebató. Mis reflejos me traicionaron. Y mi sorpresa había cambiado de rumbo.
-          Bueno, esa era una sorpresa que te tenía, pero ya la arruinaste.
-          ¡Está genial este recetario! ¡Muchas gracias!
Su sonrisa blanca como marfil me hipnotizó. Otra vez caía y seguía cayendo en sus encantos, que solamente a mí y a Yoel nos encantaban. Mientras veía agradecido su nuevo juguete, se paró de la cama y se dirigió a guardarlo. Faltaba muy poco para que se fuera a la academia. Y para siempre de este departamento.
Me quedé de pie, percibiendo la sensación que me dejó Lou al tocar mis manos cuando me arrebató el regalo. Sus manos pasaron de mi codo, hasta el dedo meñique. Me tocó la espalda con su abdomen y su mentón raspó mi hombro derecho. Su olor a colonia barata se había quedado impregnado en mis puntas del cabello. Mi cabello de escaso largo. Mientras sentía cada extremo de su ser, recordé cuando entró a la ducha conmigo, cuando durmió encadenado a mi cintura y por medio de racontos llegué al día en el cual me enamoré de Lou, mientras me cepillaba los dientes y él depilándose. Jamás me olvidaré de eso.
Escuchaba los pasos apurados de Lou que daba en la otra habitación. Se notaba que ya era hora de irse. Una lágrima me corrió por la mejilla. No terminé de escribirle esa dedicatoria. El consejo de mi buen amigo y confidente Piero me vino a la mente como en auxilio a mi desesperación. “No dudes”. No dude, y de mi estado pensativo salté a uno de no perder tiempo.

Fui a la cocina rápidamente, tomé los sándwiches y corrí hacia su cuarto. Estaba de espaldas agrupando un lote de papeles, y dejando su pasaporte en el bolso. Dejé los panes encima del escritorio ya vacío y procedí a la revelación. Aún no se percataba de que estaba atrás suyo cuando le agarré el brazo, lo volteé y mis labios zamarrearon los suyos. No aguantaba más esa incontinencia de querer besarlo. Por tal estupefacción que recibió, fue que me dejó a medias hacerle todo lo que quisiera. Un regalo de despedida de su parte, pude haber interpretado yo. Lo revolqué contra la cama ya sin sábanas. No pasé a mayores niveles, porque eso me haría quedar como una idiota y necesitada. Un beso largo tendida en un colchón fue lo que hice. No más. No podía más. Hubiera querido sí, pero no lo hice porque lo respeto.
Al separarnos, Lou me miró y me tomó la mano. Sus delicados dedos con una manicura perfecta me dejaron una margarita en mi palma.
-          Recordé mirando un jardín de margaritas tu nombre, Amanda Margarita, y te la traje para dártela antes de irme.
-          Qué linda pero, se marchitará muy luego.
-          No importa, guárdala marchita.
-          Gracias Lou por todo.
-          Dejé que me besaras como prueba de mi agradecimiento.
-          Debes de estar muy agradecido de mí entonces.
-          No sabes cuánto.
-          Llegarás tarde, te llevaré a la puerta.
Lo ayudé a cargar una maleta hasta la puerta de entrada al edificio. Afuera lo esperaba un taxi.
-          ¿Irás a despedirme al aeropuerto?
-          No.
-          ¿Por qué no?
-          Porque no quiero despedirme de ti.
-          Entonces, hasta pronto Amanda Jones.
-          Adiós Lou.
El chofer abrió la maleta del auto y guardó el equipaje. Volvió a su posición de conductor y tocó la bocina tratando de apresurarlo.
Miré el suelo después de mis últimas palabras hacia él girando mi cara de a poco antes de ver sus zapatillas alejándose. Cuando mi flequillo tapó el único ojo que miraba sus pies, el chofer volvió a tocar la bocina. Alarmada por si poca paciencia, levanté la miraba para ver si Lou había partido. Alcancé a ver su espalda cuando en un segundo Lou regresó apresurado a mis brazos y con sus suaves manos tomó mis mejillas y sus labios tocaron los míos con una fineza y ternura irrepetible.
-          Ese beso me hizo recordar a Ariel, esa pasión que tenía para besar me había hechizado, pero el tuyo me gustó mucho más, porque me lo diste con tu verdadero yo.
-          Nunca dejaré de amarte, aunque me enamore de otro.
Se marchó.
Pasaron dos semanas. Mi noviazgo con Teo no era oficial, pero de que no gustábamos mucho, era seguro. Seguíamos tocando el saxofón en los buses. Ya éramos conocidos para muchos choferes. Y nos seguían dando buenos aportes voluntarios.
Pasé a segundo año de Gastronomía. Me regresé a la casa de mis padres. Comencé a juntarme nuevamente con el Coke, la Nata y Piero. Me sentía feliz y plenamente realizada.
Al poco tiempo después, recibí una postal de Yoel y Lou. Me contaban lo bien que habían recibido a mi hermano, y la cantidad de espectadores que fueron a ver el primer ballet protagonizado por Lou y otros dos chicos. Estaban felices con su nuevo hogar, pequeño pero acogedor. Y la cama, ya la habían inaugurado. De la forma que muchos pueden imaginarse, así lo hicieron.
Les escribí devuelta. Una sola frase, “los veré en Francia muy pronto”. Y en lo profundo de mis pensamientos, mi intuición me decía, que no le había contado, y ni le contará nunca, de que él vivió conmigo, nos besamos y hasta duchamos juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario